Te enfrentas a nuevos retos, descubres en ti
facetas que desconocías, te sorprendes y te dejas sorprender por el mundo.
Aprendes y amplías tus perspectivas. Desaprendes y, a base de algún golpe y
unas cuantas lecciones, creces en humildad. Evolucionas. Añoras… y creas
recuerdos que ya no te abandonarán. Si alguna vez has vivido o viajado
durante una temporada lejos de casa, seguro que te sientes identificado con
estas 17 cosas que cambian cuando vives en otro país.
1. La adrenalina no te abandona. Desde el momento en el que
decides marcharte, tu vida se convierte en un vaivén de emociones, de lo
inesperado, de aprendizaje e improvisación. Los sentidos nunca duermen, y
durante un tiempo destierras la palabra rutina de tu vocabulario para
dejar paso a la adrenalina. Nuevos lugares, nuevas costumbres, nuevos retos,
nuevas personas… La sensación de comenzar de cero debería asustarte, pero
resulta adictiva.
2. Pero, a la vuelta… todo sigue
igual. Así que,
cuando vuelves unos días al hogar, te sorprende que todo siga igual. Tu vida ha
cambiado a un ritmo frenético, y llegas cargado de vivencias y con unos días de
vacaciones por delante. Pero en casa todo transcurre a su ritmo habitual. Los
demás siguen haciendo malabarismos con las obligaciones cotidianas, y
comprendes… que la vida no se detiene para ti.
3. Te faltan, y te sobran, las
palabras. Cuando te
preguntan cómo va todo, te cuesta encontrar palabras adecuadas. Luego, sin
embargo, tienes que morderte la lengua porque a mitad de cada conversación te
acuerdas de mil y una anécdotas y no quieres parecer pretencioso o
agobiar a los demás con batallitas de «tu otro país»
4. Comprendes que la valentía está sobrevalorada. Muchas personas te dirán que eres
valiente, que también querrían marcharse, pero no se atreven. Y tú, aunque
también tuviste miedo, sabes mejor que nunca que la valentía constituye,
quizás, un 10% de las grandes decisiones. El 90% restante son las ganas. ¿Te
apetece? Hazlo. Cuando damos el salto, ya no hay valientes ni cobardes:
pase lo que pase, te enfrentas a ello.
5. Y, de repente, eres más libre.
Es probable que seas tan libre como antes, pero la sensación de
libertad, ahora, es distinta. Si has escapado de la comodidad y has logrado que
todo funcione a cientos de kilómetros de tu hogar, sientes que puedes hacer
cualquier cosa.
6. Dejas de hablar un idioma en concreto. Unas veces se te escapa una
palabra en otro idioma; otras solo se te ocurre una manera de describir algo…
con aquella expresión perfecta que no está en el idioma adecuado. Cuando
convives con una lengua extranjera, aprendes y desaprendes a la vez.
Mientras interiorizas referentes culturales e insultos en tu segunda lengua, te
sorprendes esforzándote en leer en tu lengua materna para que no se oxide.
7. Aprendes a despedirte… y a
disfrutar. Pronto te
das cuenta de que, ahora, muchas cosas y personas son de paso, y el valor de la
mayoría de situaciones se relativiza. Perfeccionas el equilibro entre crear
lazos y saber desprenderte de objetos y recuerdos: una lucha perpetua entre
nostalgia y pragmatismo.
8. Vives con dos de todo. Con dos tarjetas SIM (una de ellas repleta de
teléfonos de todos los rincones del mundo), con dos carnés de la biblioteca,
con dos cuentas bancarias, con dos tipos de moneda que siempre, no sabes cómo,
acaban mezclándose cuando vas a pagar algo.
9. ¿Normal? ¿Qué es normal? Vivir en otro país, como viajar,
te enseña que «normal» significa social o culturalmente aceptado. Así que,
cuando te sumerges en otra cultura y en otra sociedad, tu concepto de
normalidad se resquebraja. Aprendes que hay otras formas de hacer las cosas y,
al cabo de un tiempo, tú también adoptas aquella costumbre antes impensable.
También te conoces mejor a tí mismo, porque descubres cuáles son las
cosas en las que de verdad crees y cuáles, en cambio, son aprendidas.
10. Te conviertes en un turista
en tu propia ciudad. Aquella atracción turística que
tal vez no hubieras visitado en tu país se suma a la lista de lugares que ver
en tu nuevo hogar, y pronto te conviertes en un experto en la ciudad. Pero,
cuando alguien viene de visita unos días y te pide recomendación, te cuesta
escoger unas pocas actividades: si fuera por ti, ¡les recomendarías visitarlo
todo!
11. Aprendes a ser paciente y a
pedir ayuda. En otro
país, la tarea más sencilla puede convertirse en un reto. Tramitar papeles,
encontrar la palabra adecuada, saber qué autobús tomar. Siempre hay momentos de
desesperación, pero pronto te armas con más paciencia de la que nunca
tuviste, y aceptas que pedir ayuda (en el autobús, en la calle, a tus
conocidos) no solo es inevitable, sino muy sano.
12. El tiempo se mide en pequeños
momentos. Como si
mirases desde la ventanilla de un coche en marcha, a lo lejos el tiempo parece
transcurrir muy lento, mientras que de cerca los detalles pasan a velocidad de
vértigo. Desde la distancia, te llegan noticias de cómo sigue la vida en casa:
cumpleaños, personas que se van, fechas señaladas que te perderás… En cambio,
en tu nuevo hogar, el día a día va muy deprisa. El concepto de tiempo se
deforma tanto que aprendes a medirlo en pequeños momentos, ya sea en un
Skype con los de siempre o en una cerveza con los nuevos.
13. La nostalgia te invade en el
momento más inesperado.Un alimento, una canción, un olor. Cualquier pequeñez basta para que, de
repente, te inunde la añoranza. Echas de menos detalles que nunca imaginaste y
darías lo que fuera para poder transportarte, un instante, a aquel lugar.
O para poder compartir la sensación con alguien que te entienda…
14. Pero sabes que no es dónde,
sino cuándo y cómo.Aunque,
en el fondo, sabes que no echas de menos un sitio, sino una extraña y mágica
conjugación del lugar, el momento y las personas adecuadas. Aquel año en el
que viajaste, compartiste tu vida con personas especiales, fuiste tan feliz. En
cada lugar donde has vivido queda un pedacito de quien fuiste, pero a veces no
basta con regresar a una ciudad para dejar de echarla de menos.
15. Cambias. Leerás a menudo que hay viajes
que cambian la vida. Y, a pesar de los clichés, vivir en otro país es un viaje
que te cambiará profundamente. Sacudirá tus raíces, tus certezas y tus
miedos. Quizás no lo creas antes, o no te des cuenta durante. Pero algún
día, lo verás con una claridad pasmosa. Has evolucionado, tienes cicatrices,
has vivido. Has cambiado.
16. El hogar cabe en una maleta. Desde el momento en el que tu
vida cabe en una maleta (o, si tienes suerte con tu aerolínea, en dos), lo que
entendías por hogar deja de existir. Casi todo lo que puedes tocar con las
manos es reemplazable; viajes adonde viajes, acumularás nueva ropa, nuevos
libros, nuevas tazas. Pero llegará el día en el que, en tu nueva ciudad, te
invada la sensación de estar en casa. El hogar es quien te acompaña, quien
dejas atrás, son las calles donde transcurre tu vida. El hogar también son los
objetos al azar que pueblan tu nuevo piso, aquellos de los que te desprenderás
sin remordimientos cuando llegue el momento de marcharte. El hogar son los
recuerdos, las conversaciones en la distancia con familia y amigos, un puñado de
fotografías.
17. Y… no hay vuelta atrás.Ahora ya sabes lo que significa
renunciar a la comodidad, comenzar desde el principio y maravillarte todos los
días. Y el mundo es tan grande… ¿que cómo renunciar a seguir descubriéndolo?
¿Has vivido en otros lugares? ¿Qué otras cosas
añadirías a la lista? ¡Déjanos un comentario y cuéntanos tu experiencia!
Escrito
por
Escritora,
mente inquieta, expatriada feliz y adicta al carrot cake. Pasión por Escocia y
por viajar con calma y los ojos bien abiertos.
http://masedimburgo.com/2014/05/10/cosas-que-cambian-para-siempre-cuando-vives-en-otro-pais/
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